martes, 11 de octubre de 2016

Jesse Owens, el primer hombre que derrotó al nazismo hitleriano


Ocurrió el 25 de mayo de 1935. Ese fue el día en el que Jesse Owens dejaba de ser un joven y desconocido atleta negro que trabajaba en una gasolinera, y cursaba segundo en el instituto, para convertirse en una estrella mundial del atletismo.

En tan sólo 45 minutos batía cuatro records mundiales durante una competición estatal celebrada en Michigan. Y lo hacía descansando sólo entre nueve y 15 minutos entre prueba y prueba: 100 metros lisos (9,4 segundos), salto de longitud (8,13 metros), 220 yardas (20,3 segundos) y 220 yardas vallas (22,6 segundos), convirtiéndose en la primera persona que bajaba de los 23 segundos en esta última prueba.

Este acontecimiento, considerado por muchos como una de las más grandes proezas del atletismo de todos los tiempos, fue el paso previo que sirvió a Owens para lanzarse a la conquista de los Juegos Olímpicos de Berlín, donde, a base de medallas, desacreditaría las teorías de un Hitler que quería demostrar con aquella cita mundial la supremacía aria.


El deporte, una vía de escape

Cuando su profesor de gimnasia, Charles Ripley, le vio correr, le dijo: «Dentro de unos años serás el mejor atleta del mundo». Y no se equivocó. Jesse había encontrado en el deporte una válvula de escape a su condición de negro, que tantos problemas conllevaba en Estados Unidos por aquel entonces.

La actuación de aquel día le valió a Jesse el sobrenombre de «El antílope de ébano» y una plaza en los Juegos Olímpicos de Berlín. Hitler, que sabía que el mundo le miraba, quiso demostrar que los arios eran una raza genéticamente mejor preparada que cualquier otra. Los primeros días, el Führer se mostraba exultante de felicidad ante los triunfos alemanes, que aplaudía con entusiasmo.

Pero llegó el turno de aquel atleta negro y pobre que había sorprendido a todos un año antes. Una a una mientras aumentaba el cabreo del líder nazi, Owens consiguió cuatro medallas de oro, batiendo otros cuatro records mundiales.


El führer no aplaudía las medallas de Owens y sí las de los atletas blancos. Cuando un miembro del comité le advirtió de que sería conveniente de que aplaudiera a todos por igual o a ningún atleta, Hitler optó por no aplaudir a nadie.

Jesse Owens se convertía en el primer estadounidense en ganar cuatro medallas de oro en las mismas olimpiadas: 100 metros lisos, carrera de relevos de 4×100 metros, 200 metros lisos y salto de longitud, como reseñaba en un pequeño apéndice ABC en 1936. Un record que no se volvió a ocurrir hasta la llegada de Carl Lewis.

Un Hitler enfurecido

A la entrega de la cuarta medalla de oro a Owens, Hitler, atónito y enfurecido, se limitó a abandonar el estadio, para no verse obligado a estrechar la mano del atleta negro. Owens siempre quitó hierro a esta anécdota histórica de la que dice que no se enteró.

«Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente», asegura sin embargo Jesse Owens años después.

Un Owens que, después de los juegos, tuvo además que volver a su trabajo de botones en el hotel Waldorf-Astoria, organizar espectáculos en los que corría contra caballos o lanzarse a montar una lavandería con un socio que terminó estafándole para seguir sacando a su familia adelante.





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Cortesía Historia de África

Fotos: Cortesía

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