El día de hoy le presentaré un artículo, escrito por Carlos Romero, colombiano que conocí estando en un campo de refugiados y desde ese espacio, pudimos entrelazar nuestras historias de vida, llegando a la conclusión que llegamos a este país en búsqueda de protección, pero convencidos hoy, que queremos construir una Cultura de Paz desde aquí en Alemania para Colombia.
Se quiere a través de este
escrito visibilizar voces en el exilio, experiencias e historias de vidas que
logren transformar ideas y pensamientos enmarcados hacia los colombianos
refugiados en Alemania.
Mi casa ya no existe
Somos muchos los que por
diferentes motivos un día decidimos dejar nuestra casa, familia, amigos y amor
para irnos a otra tierra a empezar de nuevo.
Sin ventajas, sin enchufes,
sin apoyo, sólo con la maleta llena de trapos inadecuados para el invierno,
ilusiones, un título enrolladito (que sigue enrolladito y sin homologar). Un
bolsillo escaso del dinero reunido durante el proceso de indecisión, y por si
acaso, con las groserías bien aprendidas en todos los idiomas posibles, para
por lo menos saber cuándo nos estaban insultando.
Muchos hemos querido alguna
vez tirar la toalla más de una vez y mandar a donde se merecía al ignorante de
turno, agarrar el primer avión cuando no teníamos cerca a nadie que nos hiciera
un caldo de pollo para pasar la gripe. Muchos gastamos todo lo que nos sobraba
del sueldo en tarjetas, recargas, y cuanto medio nos permitiera seguir en
contacto con los que se quedaron en casa o con los otros que estaban
desparramados por el mundo.
Muchos hemos tenido que
auto-cantarnos el feliz cumpleaños, cenar solos en navidad, trabajar en año nuevo
para que el trago fuera menos amargo. Muchos nos estamos perdiendo los momentos
importantes en la vida de nuestros seres queridos, no sólo la cotidianidad,
sino esos momentos memorables. Somos los eternos ausentes en las bodas,
nacimientos, graduaciones, incluso de los funerales. Nuestro amor, dolor,
llanto, melancolía, es como el valor en el servicio militar, se presupone. Nos
hemos convertido en facebook-instagram -whatsapp- dependientes.
Hemos hecho nuevos amigos,
formado una familia o hemos sido adoptados por la de otros. Nos hemos
acostumbrado al frío o al calor, a que por estos lugares nadie hace cola para
usar el transporte público, a caminar sin aferrar la cartera como si se tratara
de la vida, a usar los hospitales públicos, a no dejar la luz encendida, a
abrir las ventanas antes que encender el aire acondicionado, a dejar las frutas
tropicales para los momentos especiales. Hemos aprendido a cruzar la calle por
donde se debe, conducir como se debe, bajar y subir por donde se debe, a
sentarnos en el autobús o ir apretados, pero nunca colgando en la puerta, al
silencio, a los parques con los columpios puestos, a la basura en los
basureros, a la radio, al acento de Los Simpson, a cargar muchas moneditas en
el bolsillo y reírnos solos pensando que rompimos el cochinito. Hemos aprendido
a explicarle al carnicero cuál es el corte de carne que queremos para hacernos
una comida. Se nos ha hecho un nudo en la garganta cuando vemos que aquí botan
lo que allá tanta falta hace. Hemos sido hormiguitas ahorradoras para
organizarnos unas vacaciones en nuestra casa.
Nosotros no somos
millonarios porque ganemos en dólares, euros o libras, no somos extranjeros
porque tengamos doble nacionalidad. Somos un montón de gente que se ha jugado…
y puso lo que tenía que poner, tanto como en nuestro propio país, pero con las
oportunidades que allí no nos jugaban a favor. Nosotros somos testigos del
cambio, porque para poder ver la totalidad de las cosas, hay que tomar
distancia. Somos unos nostálgicos permanentes que añoramos el lugar donde
nacimos y crecimos, pero el que era cuando nos fuimos… no el de ahora y que ya no reconocemos.
Nosotros somos esos con amigos en todo el mundo, somos de esos que entendieron
que las fronteras solo vienen en los mapas dibujadas, que siempre tenemos
visita en casa, que enviamos cosas y pedimos encargos, esos mismos que sufrimos
paranoias nocturnas preguntándonos si nuestros seres queridos están en casa
sanos y salvos y que, aunque estemos pasando un mal momento siempre le decimos
a nuestras madres que “estamos bien”. Somos de esos que cuando el teléfono
suena de madrugada ya contestamos casi llorando, algo nos perdimos. Nosotros
somos los que hacemos reír a nuestros nuevos amigos, los que les decimos que
tienen que conocer el país más lindo del mundo…
A todos los que como yo
dejamos nuestra tierra les digo:
¡¡¡Somos auténticos
guerreros, nunca se dobleguen ni tiren la toalla!!!
Sigan cultivando sueños y
bendiciones 😁
Por
XIOMARA LOANGO CARABALI
Huellas de la Diáspora Afrocolombiana en Alemania
Agencia de Noticias Niara
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